
Año 401 a.C. Diez mil mercenarios griegos quedan sin líderes y sin
rumbo en el corazón de la potencia más grande del mundo: el Imperio Persa. Nacidos libres (y
demócratas), eligen nuevos comandantes y deciden regresar a la Hélade. El recorrido
a través de territorios inhóspitos y pueblos hostiles, combatiendo en retirada
contra los fanáticos ejércitos de Artaxerjes, queda narrado por el más joven de
aquellos caudillos, un antiguo discípulo de Sócrates: Jenofonte. En la mente de
aquellos hombres sólo hay un objetivo, que por momentos se antoja imposible: Thalassa, Thalassa... el mar, el
mar...
En el apólogo a El Oro de los Tigres, Borges hace
gala de síntesis: "Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la de
una fuerte ciudad asediada y defendida por hombres valientes… Otra, que se
vincula a la primera, es la de un regreso… La tercera historia es la de una búsqueda…
La última historia es la del sacrificio de un dios… Cuatro son las historias.
Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas". La
Anábasis de Jenofonte pertenece a esta familia, porque es la historia de un
regreso, más aún, es la crónica de guerra de ese ser colectivo al que llamamos Los Diez Mil.
El preámbulo es una lucha entre hermanos por un reino: Persia. Con
la guerra fratricida entre Esparta y Atenas concluida, muchas espadas
quedan repentinamente desempleadas, y como dice el refrán: una vez soldado,
siempre soldado. El príncipe Ciro recluta 13,000 veteranos griegos, duchos en
el arte de matar mucho y bien, y los suma a su propio ejército. El joven
príncipe se siente llamado a ocupar el trono y emprende la marcha para reclamar
a su hermano, el Gran Rey Artaxerjes, lo que considera suyo.
El encuentro es a orillas del Éufrates, en Cunaxa, (cerca de Faluyah en Irak, donde en cuestiones de
guerra, aún se tejen historias).
Artaxerjes espera a su hermano con un millón de hombres (carajo, que por algo
le llamaban El Gran Rey) y el choque es brutal. Bajo mandato espartano, los
helenos demuestran por qué son los mejores guerreros del mundo inclinando el
resultado a su favor. El júbilo es total, sienten tocar la gloria y contar
la recompensa... pero los dioses gustan de burlarse de los hombres, y pronto la
trágica noticia recorre el campamento: Ciro ha muerto en combate. Han ganado la
batalla, pero han perdido la guerra.
Así comienza la odisea (la palabra recuerda que el retorno
por excelencia siempre será a Ítaca). Traicionados por los persas, repudiados
por los suyos, abandonados a su suerte, tendrán que probar una y otra vez su
coraje. En una marcha de 6,500 kilómetros rumbo al mar, a través de desiertos
abrasadores, montañas congeladas, praderas quemadas, pueblos hostiles, el
ejército de mercenarios dejará a la mitad de los suyos en el camino,
escribiendo uno de los pasajes épicos más impresionantes de la antigüedad.
La Anábasis,
que se lee como un verdadero libro de aventuras, nos recuerda que el fecundo
suelo bañado por el Tigris y el Éufrates —herencia de Irak e Irán— no ha
resultado fértil para el espíritu libre y democrático, que por primera vez
intentaron sembrar los griegos hace 2,500 años. Y que hoy, como ayer, el
acercamiento entre Oriente y Occidente está plagado de desencuentros. Jenofonte nos lega este relato
histórico que ha cautivado la imaginación por más de dos milenios, y que
seguramente lo seguirá haciendo por otros tantos más, porque como refirió
Borges, cuatro son las
historias...
Lectura
Lectura
Anábasis. Jenofonte.
380 a. de C. [Traducción de Óscar Martínez García]
La Odisea de los Diez Mil. Michael
Curtis Ford. 2003.*
El Ejército Perdido. Valerio
Massimo Manfredi. 2008.*
*Ambas novelas, inspiradas en la Anábasis, son sencillamente excelentes.