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Mapa de trabajo de la zona de la laguna Anda la Piedra |
Esa zona de Tamaulipas es muy, muy plana, sin mayores accidentes topográficos ni relieves. Enormes llanuras ocupadas por ranchos de cientos o miles de hectáreas cultivadas con sorgo conviven con vastas zonas de matorral de semidesierto casi vírgenes. Y al este, en la transición de tierra firme con el Golfo de México, la Laguna Madre, un enorme sistema de marismas de poca profundidad que tuvimos que recorrer por casi una semana colocando nuestras señales, con el agua a mitad de pantorrilla, caminado entre el líquido transparente mientras los peces nadaban en círculos alrededor de nuestras piernas y los cangrejos y langostas huían dejando tras de sí una estela de agua turbia. Con todos muy atentos a las víboras de cascabel, que maldita sea, sabían nadar y lo hacían muy bien. Con dos de mis muchachos, indios tének de la huasteca potosina, turnándose para cargar el garrafón de agua con electrolitos porque la temperatura en ese verano de 2004 alcanzaba en la zona la segunda cota más alta del país, sólo por debajo del desierto de Altar, en Sonora y los golpes de calor y las deshidrataciones estaban a la orden del día. Caminábamos kilómetros en el agua. Comíamos de pie porque no había manera de sentarnos, salir de la laguna no era práctico, y preferíamos terminar lo más pronto posible nuestra tarea del día. Nunca como entonces tuvo tanto significado esa frase de "comer tortillas frías y tomar agua caliente".
Recuerdo al "Chiapitas", un indio chamula del cual he olvidado el nombre y también lo poco que entonces me enseñó de tzotzil. Pero su rostro aún puedo verlo perfectamente. Cuando le pedía que me enseñara alguna frase o palabra, se me quedaba viendo con sus ojos rasgados muy fijos y luego decía, mientras se doblaba de la risa, "el 'topo' está loco" y todos se contagiaban con sus carcajadas. Había un chico de ahí, del ejido Francisco Villa, que siempre llevaba su cámara fotográfica (mucho antes de los smartphones) y que me recordaba a Chelelo, siempre bromeando, contando anécdotas del lugar y tomando fotos. Por ahí tal vez ande alguna imagen mía con toda la parafernalia propia de los 'topos'. Él nos preparaba —al terminar la jornada, cuando por fin salíamos de la laguna— las jaibas que atrapaba, con salsa y condimentos que llevaba de su casa o que recolectaba en el campo, como el chile piquín silvestre que crece en enredaderas que rodean los órganos. Aunque teníamos asignada una unidad todoterreno, y aunque el chofer hacía hasta lo imposible por seguirnos, era inevitable perderlo de vista. A veces lo veíamos a la distancia, en la orilla, luego desaparecía, internándose entre las veredas, buscando seguirnos el paso y estar lo más cerca posible conforme avanzábamos por la laguna. Estaba también "El señor Don Nico" —bautizado así, sin pizca de sarcasmo, por el Chiapitas— un joven apenas mayor que yo que me recordaba a El Pantera y que conocía la zona como la palma de su mano. Me enumeraba los caminos, atajos y veredas que eran excelentes para el contrabando de fayuca que él y su familia ayudaban a introducir al país. Era él quien elegía a los miembros de la brigada al inicio de cada enganche y todos escuchábamos lo que tenía que decir cuando la situación se ponía difícil. Y "el viejo", que por su edad era descartado en otras brigadas y que siempre luchaba por hacerse útil, que me decía "si nos muerde una 'nabaca', de aquí no salimos vivos, topo" y es que, a pesar de llevar antídoto viperino, el campamento estaba a una hora en camioneta a través de la terracería y de ahí, otra media hora al hospital, ya por carretera. En fin, todo esto y más recordé. Como decía mi abuelo, "recordar es volver a vivir". Saludos a todos los miembros de mi brigada, donde quiera que se encuentren. Tal vez algún día nos volvamos a encontrar en praderas más verdes.